Oliverio Girondo, o la pervivencia del deseo

por Juan Antonio Vasco

 

La tentación de ver en los poemas de En la masmédula antes que nada un experimento verbal -por alta categoría que se le atribuya- sólo puede triunfar de quien circule por el libro de Girondo sin detenerse a calar en sus poemas con el mismo denuedo con que su autor los crea. Una vez más, fondo y forma se entrelazan tan íntimamente que es imposible separarlos sin cortar alguna vena viva. Girondo, pastor al fin, aparea las palabras, cuya significación prolifera, y se exalta por virtud de este acto de deseo.
Inmerso en tal colada de voces derretidas con su fuego y con su soplo, fundido él mismo con ellas, Girondo se vierte ansiosamente sobre el mundo, “redándose”, “masdándose”, alzando una larga columna de humo propiciatorio.
Mucho más que un experimento verbal, En la masmédula es el último episodio de la rebelión de los Titanes. Un sobreviviente de la hecatombe niega que haya habido por qué luchar contra los Dioses.
Girondo despoja al hombre de su prometida Edad de Oro. Amargo profeta, proclama que la nada es nuestra vocación, el absurdo nuestro pan cotidiano, la muerte nuestro espejo. Al enfrentarse con las más desoladoras certidumbres, las agiganta y embronquece porque les opone una salvaje vocación de vida asomada al abismo, irresistiblemente atraída por todas las negociaciones del más allá.
Sin embargo, esa rebeldía final, esa total desesperanza cambia de signo -quizás a pesar suyo- al convertirse en obra y testimonio frente al mundo y a los hombres. Si es posible atestiguar aún más allá de la esperanza, es porque la vida es invencible y se abreva en sí misma; Prometeo se alimenta de su propia víscera eternamente renovada.
La nostalgia del bien perdido, que en Persuasión de los Días era aún la esperanza de reconquistarlo, en la Masmédula es apenas un pozo amargo si el hombre no estuviera asediado por la corrosión y la corrupción, ahuecado desde dentro por su carcoma, avergonzado por el espectáculo de su propia vileza, y acoquinado por la idea de la muerte, entonces quizás la libertad absoluta, el “verdever”, el aliento edénico, la visión pura santa original podrían existir.
En Persuasión de los Días -dieciséis años atrás- ya asoma el absurdo. Pero lo hace entreverándose con el asombro, deleitosa suspensión del entendimiento ante la belleza incomprensible del mundo (“Belleza impune belleza insensata” dijo Enrique Molina). Todavía se unen el goce de la hermosura, la embriaguez del misterio y el filo del humor para sostener la pura alegría de vivir. Aún existe la esperanza:Yo sé que todavía pasarán muchos años

Pero, quizás, un día.

Y entonces…
¡Ah! ese día
Abriremos los brazosLa redención es aún posibleLloremos. ¡Ah! Lloremos
purificantes lágrimas,
hasta ver disolverse
el odio, la mentiraY el libro se cierra con una acción de gracias:a lo que nace
a lo que muere

Muchas gracias por todo
Muchas gracias.Girondo se siente combinable con el mundo, transparente a los sortilegios de la ciudad, a los velámenes del recuerdo: asómase al misterio con la inocencia y la perfección de la naturaleza.
Pero también están ya en Persuasión de los Días todos los gérmenes que van a hincharse durante 16 años para dar en La masmédula esos monumentales hongos subterráneos. Ya le ataca a Oliverio, como a preso de la propia condición, el cansancio de los límites (Cansancio), el asco de la multitud (Ejecutoria del miasma), la sospecha de que esperar es en vano (Espera)
Transcurren 16 años y estas semillas de angustia se abren como en los cuadros del Bosco para dar a luz en el pantano caliente la cabeza de pescado que vierte sobre el mundo su mirada implacable. El hombre está solo y condenado. Lo rodean la nada y el absurdo. No hay redención posible:res de azar que se orea ante la noche en busca de sus límites perros

que autonutre sus ecos de sumo experto en nada mientras crece en abismo

crucipendiente sólo de sí mismo
…¡Qué lejos estamos del exquisito laúd argentino, frotado cada mañana con mortadela, guardado cada noche en el ropero bajo custodia policial!
La historia individual, rehecha desde tal desesperada perspectiva, surge como un mero rodar de cuerpo muerto arrastrado por la multitud -para la cual Girondo no guarda simpatía, sino apenas justa piedad de semidiós- un lanzarse al convivir al absurdo:inserto en el dislatecosmo

voluntarios del miasma
…Experiencia que Parménides describió parecidamente en sus invectivas contra los mortales, “sordos, ciegos, estupefactos, bicéfalos, raza demente”, aunque en él la censura moral cediera el paso a la orgullosa superioridad del intelecto, mientras que en Oliverio la diatriba es total y engloba quizás hasta la propia mala conciencia de ser americano. Oliverio sólo se ofrece a la comunión con los hombres a través del acto poético, acto límite, solitario y ejemplar. Amarrado a la roca o crucipendiente sólo de sí mismo, quemado en su propio fuego, dejará que comulguen los que quieran con ese pan ardiente manchado de ceniza. Esto lo hace quizás vulnerable a los reproches de nuestro tiempo. América comienza a pedir testigos más piadosos. Porque este Cristo es crucificado ante todo para sí mismo y por sí mismo, crucipendiente sólo de sí mismo:

 

con mi yo sólo solo que yolla y yolla y yolla

 

Cuando hay dialogo se establece de señor a Señor:

 

eh vos
no me oyes
tatatodo
por qué tanto yollar
responde
y hasta cuándo

¿Hasta cuándo -pregunto- han de quedarse los hombres solos? :

sordos, ciegos, estupefactos,
raza demente,
son de acá para allá llevados.
Para ellos
la misma cosa y no la misma cosa parece el ser y el no ser.

 

Prometeo no está en un lecho de rosas, admitido. Pero ya el rumor de la multitud se mezcla con el rumor de alas de águila y apaga la contenida queja del héroe.
Sin embargo -y ya está dicho más arriba- Girondo no se limita a afirmar su condición de individuo frente a la masa. Afirma antes que nada su condición de hombre frente a los límites del ser:

 

inserto en el dislatecosmo a todo todo dime alirrampantemente
para abusar del aire del sueño de lo vivo y redarme y masdarme
hasta el ultimo dengue
y entorpecer la nada

 

Aquí es donde el titán que ya no cree en los dioses carga contra la nada, como si la nada cobrase un cierto ser frente a la conciencia rebelde que se le opone. Aquí reluce también el humor, el terrible humor, última gema caída en el arenal. Y aquí se manifiesta la clarividencia del sufriente: crucipendiente sólo de sí mismo, propio Cristo privado y autoverdugo, es el objeto de su propia rebeldía. La vida se resuelve por fin en si misma, en ciego impulso que se resiste a ser domeñado y puesto bajo las categorías celestes.
¿No es acaso el Deseo un dios? Porque este libro de la desesperanza es un radiante acto de deseo. El hígado de Prometeo, que el águila de la consumación devora cada noche, es el deseo que recrece cada día